martes, 12 de abril de 2016

El sistema educativo


*saluda tímidamente* Hola estimados no-lectores, cuánto tiempo sin vernos por aquí, ¿no? Había pretendido que esto fuese una entrada a mis pensamientos, y habéis podido confirmar que, durante la mayoría del tiempo, mi cerebro está más vacío que el interior de un agujero negro. No pun intended. 
Alegorías sin sentido aparte, ¡he vuelto! Todavía tengo en borradores muchas entradas, algunas de ellas dudo que las llegue a terminar, el resto necesitan todavía bastante trabajo para ser merecedoras de estar colgadas por aquí.

Ahora vayamos al asunto que nos ocupa. Diría cuál es, pero creo que se podría considerar un insulto a vuestra capacidad de comprensión lectora. O simplemente de visión.
Como sabréis, o quizá no, hace dos meses que no voy a la universidad (bastantes más, en realidad, porque desde medianos de Diciembre solo la he visitado en época de exámenes). Fue una decisión complicada, abandonar la carrera. Había muchas cosas que tener en mente, aunque la más importante el dinero. Era una idea que ya había sopesado en mi cabeza en otras ocasiones con anterioridad, incluso desde medianos del primer curso (pero cometí el error de esperar hasta ahora, cosa que nadie debería hacer).

Yo estaba cursando Estudios de Asia Oriental, una carrera que empecé hace dos años con muchísima ilusión y con unas ganas enormes de aprender, y de la que sin duda me voy con una gran cantidad de conocimientos adquiridos, los cuales intentaré poner en uso en el futuro. Muchas de las asignaturas me gustaron, e incluso me llevé la sorpresa de descubrir que la economía y yo no teníamos por qué ser enemigas ni mucho menos (en realidad es una clase que disfruté bastante porque me parecía fácil y me gustaba lo que aprendíamos). Tampoco me ha disgustado la política, aunque, y esto quizá sea por los profesores, algunas de las asignaturas que menos me han llamado han sido aquellas que incluían aspectos antropológicos, que no dejan de ser interesantes y aplicables a muchísimos otros ámbitos.

Mi piedra en el camino fue en este caso el idioma, que era la razón principal que tenía para escoger esa carrera. Estaba a mitad de segundo curso con una base de Japonés que, con un profesor competente, no me habría dado para aprobar primero. Estaba a mitad de segundo olvidándome de una semana para la otra de los Kanjis que tenía que memorizar para toda la vida. Estaba a mitad de segundo con un vocabulario bastante más reducido que el que debería tener, muriéndome de vergüenza cada vez que tocaba realizar una conversación oral hasta el punto de pedirle a mi profesora que me excluyese de ellas porque sabía que sería incapaz de llevar eso adelante.

No voy a ser yo la que se excuse de cualquier culpa, en absoluto. Quizá podría haber dado más de mí, pero no a mitad de segundo cuando hiciese lo que hiciese no tenía tiempo para ponerme al día con el nivel de mis compañeros, y tenía que seguir inventando para llegar al cinco. Yo dedicaba mis horas semanales a estudiar japonés fuera de clase, también en repasar el vocabulario y los caracteres, pero no todo, solo aquello que me servía para el próximo examen. Tampoco era muy constante a la hora de hacer los deberes, un hábito que siempre ha sido característico en mí y del que no estoy muy orgullosa, y cuando los hacía me daba cuenta de que era incapaz de hacerlos tan rápido (podía tardarme horas) y tan bien como mis compañeros.

Así que la culpa es de ambas partes, de mi incapacidad para organizarme los estudios y de que la capacidad de mi cerebro para memorizar y recordar vocabulario, aparentemente, no estaba interesada en el Japonés.

¿A dónde quiero llegar con todo esto? Bueno, otro dato interesante sobre mí es también que yo no considero que sea una persona poco inteligente o poco capacitada para estudiar, todo lo contrario. Siempre me ha gustado aprender cosas nuevas, y, en la medida en que me interesen, no tengo muchos problemas para memorizarlas (puedo aprobar exámenes sin haber ido a una sola clase y sin haber estudiado. Me siento muy pro).
Pero mi capacidad de atención es muy, muy reducida. Y no solo para los estudios, lo que se podría considerar una falta de hábito, sino para todo. Disfruto muchísimo viendo películas y series, pero no es una actividad que hasta hace poco realizara muy a menudo, porque para ver un capítulo de cuarenta minutos puedo estarme ochenta, así que os invito a que no os imaginéis la cantidad de tiempo que puedo tardar en ver una película.

Hay conocimientos que no he memorizado en años de clase que se me quedan en la cabeza después de leer una página web por mi cuenta al respecto, en una situación en que esa información no me es relevante, pero en cambio me cuesta muchísimo mantener mi atención en una clase y tomar apuntes, mucho más en clases universitarias en las que estás sentado en la misma aula durante 90 o 120 minutos, muchas veces sin una pausa, y tienes un profesor que proyecta un power-point y va leyendo lo que pone allí o, para ampliar, lo que pone en un PDF que está colgado en el Campus Virtual.

¿Que a dónde quiero llegar con eso? Está demostrado que no podemos mantener la atención en un mismo tema durante más de cuarenta minutos, empezando a reducirse los intervalos de atención en dos o tres minutos a partir de los veinte. O al menos en mi caso lo está, así que me lo tomaré como un hecho.

Sí, admito que tenemos que estudiar en casa, que los profesores muchas veces solo están ahí para facilitarnos los materiales y guiarnos a través del contenido, pero es que por esa lógica se podría decir que es mejor apuntarse a la universidad a distancia que desplazarse cada día para sentarse en una aula a ver en una pared lo que podrías mirar en tu ordenador.

Yo pongo de mi parte en la medida en la que puedo, porque puedo estar estudiando en un momento y leyendo al siguiente sin siquiera darme cuenta de que he interrumpido la primera actividad si no me paro a pensarlo (ya que leer es lo único para lo que me concentro, yo podría leer las veinticuatro horas y sería inmensamente feliz).

Pero no podemos hacer solo aquello que nos hace felices, ¿no? Y además debemos aprovechar las oportunidades que no son blindadas, las de estudiar en un país en que la universidad es pública (porque empezar otra carrera me costará 2100 euros que no sé de dónde sacaré cuando un master en París te sale por 119€) con profesores altamente cualificados (la mayoría de ocasiones, hasta saben encender el proyector el primer día de clase sin que eso presente ningún problema) y con un gran futuro laboral por delante (siempre harán falta reponedores en supermercados o cajeros del McDonalds con un título de Criminologia o un Master en Relaciones Públicas).

Que sí, que sabemos dónde nos estamos metiendo antes de entrar en la universidad. Excepto que tienes dieciocho años, y, como en mi caso, puedes estar algo confundido y quizá no hay nada que te llame de verdad, y te lanzas a aquello que te interesa como afición pero no como futuro laboral, algo entre lo que se debería hacer una distinción. ¡Pero no pasa nada! Puedes terminar la carrera, con un poco de suerte encontrar un trabajo de ello y pasarte el resto de tu vida haciendo algo para lo que no te sientes preparado porque no te gusta de verdad.

Y si no, si dejas la carrera, habrá otras oportunidades, todo el mundo se equivoca. Pero, ¿por qué? ¿Los demás son más listos que tú? ¿Los demás están más preparados que tú? ¿Los demás se concentran con más facilidad que tú? Y la otra carrera que elijas... ¿te irá mejor? ¿Podrás sacártela sin problemas? ¿Qué garantía tienes de que dejar la carrera que estás estudiando hará que te sientas mejor, que esa sensación de no estar al día y no estar cómoda con lo que estudias desaparezca?

Bueno, ninguna. Por eso tardé tanto en tomar la decisión que he tomado, por eso le di tantas vueltas al tema mientras veía como mis notas en japonés bajaban (las demás se mantenían en su media de siete, lo cual siempre está bastante bien). Yo ahora he decidido que voy a pasar página y probar suerte en una nueva aventura, y espero que esta sea la decisión acertada, pero no puedo dejar de pensar en lo complicado que es cometer un error y luego seguir adelante.

¿Porque una carrera no te haya gustado tienes que pasarte un curso entero dudando sobre si abandonar los proyectores porque no tienes la seguridad de poder pagar otra carrera si abandonas esa? Aparentemente sí.

Pero el problema con el sistema educativo, habría que cogerlo de raíz. Yo también he estado allí, pero os hablaré desde el punto de vista de mi hermano, porque es uno mucho más cercano.

Habría que ir a esos institutos en que hoy en día, los niños populares son aquellos que no hacen los deberes, en que en una clase, de catorce niños, no hay ninguno que no haya suspendido alguna, y tanto padres como profesores lo tildan de normal, en que las aulas no son lugares en los que se aprende porque dichos profesores no pueden hacerse oír por encima del descaro y los ruidos de los alumnos, y no hay día en que un profesor no tenga que dedicar treinta minutos en dar una charla moralizadora cuyos alumnos ignorarán por completo para continuar con sus actividades.

Entras en una aula de segundo de la ESO y te encuentras a chicos con la gorra puesta en el interior y ningún libro sobre la mesa, a no ser que busques After en las mochilas de las niñas de la clase ("que siempre lo aprueban todo porque las chicas son más listas"). O quizá porque ya se ha dado por perdido a los niños, o quizá porque estos no se esfuerzan lo suficiente porque no hay ninguna motivación, porque el profesor de tecnología se sienta con el ordenador a mirar vídeos mientras no hay nadie en toda la clase que apruebe la asignatura y los proyectos que se tendrían que realizar en la aula terminan siendo hechos en casa (muchas veces, aunque lo queramos negar, por padres cansados y desesperados, que además se preguntan por qué pagan por el material si tienen que ir a comprar madera para construir cosas que no tienen ninguna utilidad). O porque los archivos son compartidos y algún gracioso borra todos los documentos de Word de la aula de informática antes de que el profesor los puntue y pese a que ha pasado dos veces no hay copias de seguridad.

La educación tiene que venir de casa, y es verdad que muchos alumnos no la traen con ellos, y que eso hace que el ambiente alrededor de los que sí podrían sacar algo sea bastante tóxico al intentar encajar. Pero tampoco entiendo por qué los alumnos con siete suspendidas siguen pasando de curso, muchas veces condenando a ciertos profesores a enfrentarse con ellos en el aula de capacidades especiales, que no debería estar destinada para estas personas, y que luego nos encontramos con alumnos que lanzan sillas a profesores y sus compañeros ya no se inmutan, porque no relacionan el instituto con la educación, si no con los chillidos y la violencia.

Porque no hay sitio en los institutos, y cruzar por los pasillos es un desastre, y tú has vivido esa época y no sabes si es que ya lo asimilaste o si cada vez se vuelve todo más salvaje y a nadie le importa si has entendido o no ese ejercicio de matemáticas, solo que termine el curso y los críos pasen al siguiente para deshacerse de ellos cuanto antes mejor.

Mi conclusión aquí es que no se puede culpar solo a los alumnos, ni se puede culpar solo a los padres, ni se puede culpar solo a los profesores, pero el sistema educativo está mal. Está mal y las propuestas para cambiarlo son todavía peores. 

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